Turquía espera pescar en el río revuelto de Níger tras hacerlo en Mali

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Los extranjeros que han abandonado Níger en las tres semanas transcurridas desde el golpe de estado lo han hecho desde un nuevo aeropuerto de construcción turca. Aquellas delegaciones que se han acercado a negociar con las nuevas autoridades de Niamey, muy posiblemente se hayan alojado en un hotel de cinco estrellas de factura igualmente turca. Todo ello, por el mismo motivo por el que los turistas españoles retenidos en Etiopía han volado de regreso vía Estambul. Porque Turquía, desde hace veinte años, ha convertido África en una prioridad.

En el Sahel, donde parece que todo se reduzca a una pugna entre una Francia menguante y una Rusia crecida, Turquía no ha parado de ganar terreno, en un segundo plano. Bajo Recep Tayyip Erdogan, Ankara ha multiplicado por siete sus intercambios comerciales con África. Allí, en los concursos internacionales, el 18% de las adjudicaciones de obra pública van a parar a constructoras turcas. Setenta mil millones de euros en los últimos años, entre carreteras, ferrocarriles, estadios u hospitales.


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Una influencia que es también diplomática, militar y religiosa –con la construcción de mezquitas– y que no ha pasado desapercibida para las antiguas metrópolis. Y que está en el origen de las chispas que saltaron hace dos o tres años entre los presidentes Emmanuel Macron y Recep Tayyip Erdogan.

El caso es que desde ninguna ciudad del mundo se puede volar directamente a tantos destinos africanos (61) como desde Estambul. Turkish Airlines, la aerolínea de bandera, en la que el Estado conserva el 49%, ha acompañado al gobierno de Erdogan en esta apuesta.

Hay quien ha querido reducir los designios turcos a una fantasía neootomana. Pero su ambición va mucho más allá de Libia o Túnez. Más allá incluso de los numerosos países musulmanes y suníes del norte de África y del Sahel. Ankara, que hace veinte años tenía apenas diez embajadas en el continente, está a punto de abrir la número 44, en Guinea Bissau, para jugar en la misma liga que Francia, Reino Unido, Rusia, China y EE.UU..

Erdogan, además, suma medio centenar de visitas a África, a treinta y tantos países. Más que ningún otro mandatario. En justa correspondencia, los políticos africanos son los más fieles en sus tomas de posesión.

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Que el nuevo ministro de Exteriores sea el antiguo jefe de la inteligencia turca, Hakan Fidan, gran conocedor del dossier libio y de la nebulosa de grupos yihadistas asegura que Turquía va a seguir jugando fuerte en África, para mantener su influencia de costa a costa y de Trípoli –donde ayer hubo escaramuzas– a Mogadiscio (donde tiene base militar).

Turquía ha repatriado a sus ciudadanos en Níger, pero podría no tardar en volver, gracias a su buena imagen en la región, donde mantiene acuerdos militares con varios países.

En Níger, el derrocado Mohamed Bazoum –de la minoría árabe– adquirió drones turcos, como han hecho Malí o Burkina Faso, de la empresa de un yerno de Erdogan, Bayraktar. La empresa de otro yerno, Albayarak, se adjudicó antes del verano la gestión de los puertos de Malabo y Bata, en Guinea Ecuatorial.

Las 175 escuelas turcas en inglés y francés, en 26 países africanos, aspiran a acunar a la élite de mañana, sus mezquitas a los predicadores de hoy y sus becas a unos y a otros.

“Honda preocupación” en Ankara

El Gobierno turco ha expresado su “honda preocupación” por el golpe de Estado en Níger, imitando la fórmula retórica empleada por otros cuando la víctima de las asonadas es Turquía. Ankara no condena los sucesivos derribos de gobiernos electos, aunque poco ejemplares, en el Sahel, sino que, a ejemplo de Moscú, busca cabalgar, cuando no incitar, la ola de resentimiento antioccidental. El anterior ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, ya fue el primero en visitar a los militares golpistas de Mali hace tres años. Esta vez, el comunicado de Ankara es calcado al emitido tras el golpe de Burkina Faso. Una vez más, Turquía espera avanzar sus intereses en un país clave por su uranio, por su frontera con Libia y por su papel en los flujos migratorios; que además habría de ejercer de puente entre Nigeria y Argelia en el gasoducto Transahariano anunciado en el 2022. Aunque Turquía abrió su embajada nigerina hace solo una década, Egipto habría tenido que esmerarse hace poco para que no abriera también una base militar.

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Nathan Rivera
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