‘Cruceros’ para refugiados
Ciertamente no es el Wonder of the Seas, el mayor crucero del mundo con base en Florida, veinte restaurantes, diecinueve piscinas, su propio casino, una réplica del Central Park, servicio de habitaciones y capacidad para siete mil pasajeros distribuidos en dieciocho pisos. El Bibby Stockholm, atracado en un puerto privado de la isla de Portland, en la costa inglesa de Dorset, apela a otro tipo de público: sólo hombres que se encuentran en la fase final de su tramitación de asilo político.
El gobierno conservador británico no sabe qué hacer con los inmigrantes, especialmente los que llegan en patera a través del canal de la Mancha. El plan A consiste en, tal como se presentan, mandarlos a Ruanda para que se tramitan allí sus casos, pero se encuentra bloqueado en los tribunales a la espera de la sentencia del Supremo y lo que digan las instancias europeas. El plan B, mientras tanto, es meter a tantos como sea posible en barcazas, y en barracones y tiendas de campaña de instalaciones militares en desuso.
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El Estado británico gasta siete millones de euros al día en alojar a los inmigrantes en habitaciones de hotel
Pero todo son obstáculos para el Ministerio de Interior en un tema que divide frontalmente a la sociedad de este país, y al que le cuesta siete millones de euros diarios albergar a los inmigrantes en habitaciones de hotel (a razón de 125 euros la noche, que reserva en bloque como si se tratara de un tour operador, y muchas de las cuales se quedan vacías).
De las tres barcazas que había comprado, creyendo que era una magnífica idea, ha tenido que devolver dos, como quien se equivoca de talla en el vestido que adquiere por Amazon. ¿Motivo? Ningún puerto del país, como Londres, Edimburgo o Birkenhead cerca de Newcastle, las quiere. Unos porque consideran que son una especie de prisiones flotantes que van contra los derechos humanos y dañarán la imagen de las ciudades. Otros porque no desean conflicto entre los habitantes racistas y xenófobos (que también aquí los hay), y los más concienciados humanitariamente.

El ‘barco’ dispone de Internet, cinco salones, médico, enfermera y gimnasio, entre otras cosas
Esta confrontación es evidente en Portland, en una de las áreas más deprimidas de Inglaterra, donde ya habido manifestaciones en un sentido y en otro, con frecuencia en el mismo sitio y a la misma hora, intercambio de insultos y a un tris de que las cosas llegaran a las manos. La organización Stand Up to Racism (“hagamos frente al racismo”) pide un trato más humano para los solicitantes de asilo (la cola de casos sin resolver excede los sesenta mil, algunos desde hace años), mientras que los ultraderechistas de No a la barcaza muestran pancartas que dicen “Ojalá os violen” y afirman que, con la presencia de quinientos hombres en la localidad, sus mujeres e hijas no se van a atrever a salir a la calle.
De ese medio millar de pasajeros “especiales” del Bibby Stockholm todavía no ha llegado ninguno por una sucesión de trabas e inconvenientes burocráticos. Primero, hace ya unas cuantas semanas, iban a ser doscientos, después cincuenta, más tarde (hoy mismo) veinticinco. Pero por el momento la barcaza sigue vacía, en una marina privada de Portland, bajo la administración de una empresa comercial que ha aceptado el dinero que le ofrece el Gobierno.
No es el Wonder of the Seas ni un hotel de cinco estrellas, ni mucho menos, pero para los millones de británicos reacios a la llegada de inmigrantes ofrece demasiado lujo. Del tamaño de un campo de fútbol, y aunque no tenga piscina, sí dispone de Internet, cinco salones (uno de ellos con ordenadores y acceso ilimitado a la red), su propio médico y enfermera, gimnasio, una zona para fumadores y otra de picnic, y un patio interior al estilo carcelero con canastas de baloncesto para hacer ejercicio. Se organizan noches de cine, y cada pasajero recibe once euros al mes para comprar comida o ropa de segunda mano en la tienda.
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Instalaciones militares en desuso son adaptadas como campos para refugiados
El Bibby Stockholm está reservado para los solicitantes de asilo de sexo masculino en el último año de tramitación de sus expedientes, y que por tanto es casi seguro que van a ser aceptados en el Reino Unido. Al llegar se les hará un cursillo de introducción, como cuando uno se apunta a un gimnasio, para enseñarles el funcionamiento de las cosas y hacerles recomendaciones de cómo comportarse en público. No es una prisión en el sentido de que se pude salir cuando se quiere, y un autobús hace el viaje de ida y vuelta de la marina a la localidad de Weymouth, entre siete de la mañana y once de la noche. Pero sí lo es porque está anclado en una zona de seguridad, detrás de una valla, y para abandonarlo se requiere permiso y la activación de una tarjeta electrónica. La integración de los inmigrantes se estimula con paseos a pie y en bici, partidos de fútbol y críquet, ferias y festivales. Se les anima a socializar con los vecinos, pero en grupos pequeños, para no intimidarlos.
La llegada de los primeros residentes del Bibby Stockholm se espera cualquier día de estos, una vez que la barcaza supere las pruebas anti incendios. Entre tanto su mantenimiento le cuesta al Gobierno veinticinco mil euros al día entre unas cosas y otras, lo cual hace que no sea necesariamente una opción más barata que meter a los refugiados en hoteles de tres y cuatro estrellas. Pero no es una cuestión de dinero, sino de la resistencia de los nativos a convivir con los refugiados de Siria, Libia, Yemen, Eritrea, Afganistán... Todos esos a quienes acusan de quitarles trabajo, saturar los servicios y diluir la cultura.
Si ningún puerto del país excepto Portland da la bienvenida a las barcazas, no menos problemática es la idea de meter a los solicitantes de asilo en instalaciones militares en desuso. Una de ellas, en el condado de Essex, se ha encontrado con un brote de tuberculosis entre sus habitantes por problemas sanitarios, y la apertura de otra en Lincolnshire se halla bloqueada por la falta de acceso a electricidad, agua corriente y gas.
La barcaza Bibby Stockholm ha sido utilizada en el pasado por la Navy estadounidense y el gobierno holandés, y para albergar al personal encargado de la explotación de petróleo en las islas Shetland. Nadie que haya vivido en ella la confundiría con un crucero como el Wonder of the Seas.
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