AMLO, el “magnánimo”

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Alejandro Rodríguez Cortés*.

Para Andrés Manuel López Obrador todo gira en torno a sí mismo. El mundo solo importa si lo reconoce como uno de los líderes más importantes y populares del orbe, o como el nuevo redentor de la América Latina; a México lo reduce a su feligresía -una tercera parte de un país de 130 millones de personas- y el núcleo del átomo nacional es él y sólo él.

Había leído de su personalidad narcisista, sus filias, fobias y obsesiones, plasmadas en el ensayo “El Mesías Tropical”, de Enrique Krauze, uno de los villanos favoritos del presidente de la República, quizá porque en aquel texto el historiador desnudó su egocentrismo mucho antes que lo desplegara trágicamente y sin pudor alguno sentado ya en la Silla del Águila.

Al releer aquel texto escrito hace casi 17 años, no deja de asombrarme repasar exactamente los mismos adjetivos endilgados a adversarios políticos, las teorías conspirativas y las absurdas disertaciones en torno a la concepción que tiene de la ley este hombre que llega a su quinto año de ejercer unipersonalmente el poder en una República herida de autocracia, una democracia en peligro de ser ultimada por quien se benefició de ella y de sus instituciones hoy maltrechas por la mal llamada Cuarta Transformación.

Hace poco más de tres lustros AMLO se autoproclamó la esperanza misma del pueblo de México; hoy se asume como el César dispuesto a dirigir su dedo pulgar hacia abajo o arriba para determinar el destino de sus “súbditos”. El mundo de los buenos a su lado y los malos gladiadores empeñados en destruir su legado en marcha.

López Obrador como portador del derecho divino de cuidar la soberanía popular, que sólo le importa en función de los votos que le permitan perpetuarse en el poder, pero también le brinden la coartada perfecta para la farsa democrática de las consultas a mano alzada, del referéndum burdamente manipulado, de las elecciones siempre favorables a “la transformación de la vida pública”, así sea a punta de autoridades electorales minadas o de dinero manchado de corrupción o sangre y violencia.

Andrés Manuel, el personaje a quien no le importa hacer el ridículo de compararse con Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas, pero que se parece más a Echeverría y a López Portillo. El que quiere que hablen de él como de Gandhi y Mandela, pero que acabará en las mismas páginas que Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega.

El hombre para quien es más importante la justicia que la ley, sofisma con el que busca apoderarse de una Suprema Corte que precisamente le impide lo que anhela: ser él quien decida lo que es justo y lo que no.

Peje, el que usa dinero público y se asegura que sea repartido en su nombre; quien dice querer igualdad en la mediocridad y no en la prosperidad; el político que miente 100 veces por día; el presidente constitucional que viola la Constitución; el viejo enfermo empeñado en la continuidad de un gobierno que sabe fallido pero que presume exitoso.

El duro gobernante que a pesar de su férreo control político quiere mostrar magnanimidad con los corruptos que están de su lado, con los arrepentidos que se cobijen en su túnica redentora o con quienes simplemente callen ante la destrucción de nuestro México. “El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, recita orondo para justificar ilegalidades propias, de su grupo o de su misma familia.

Sí, el discípulo, la hechura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, ese sí líder histórico cuya figura envidia, y a quien luego de descalificar le concede el “honor” de su reconocimiento público como lo que es: sembrador de nuestra democracia, la misma que ahora no solo desconoce sino quiere destruir. Cárdenas no necesita ser palomeado por su parricida.

Andrés Manuel López Obrador, el tirano magnánimo capaz de destruir a sus antagonistas, pero dice saber perdonar si nos pasamos de su lado. No será así.

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista.

@AlexRdgz

El cargo AMLO, el “magnánimo” apareció primero en El Arsenal.

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Nathan Rivera
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