Acapulco, el puerto de todos los recuerdos

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De Acapulco —devastado en tres horas de furioso viento y lluvia del huracán Otis, la madrugada del miércoles 25 de octubre de 2023—, mucha gente de México, pero no solamente de México, de muchas partes del mundo, tiene recuerdos asociados con este puerto del Pacífico de acentuada desigualdad social:

La primera vez que vio el mar; su luna de miel; las frecuentes vacaciones familiares; el impacto de la estilizada belleza de los clavadistas en La Quebrada; la Virgen entornada por coloridas flores de plástico en el fondo del mar.

La foto del recuerdo en La Condesa; la sensación del peso de la arena sobre el cuerpo enterrado; los tamarindos de dulce, de chile y las cocadas; la adrenalina borboteando al lanzarse del bungy; la docilidad de las olas golpeando los tobillos a la orilla del mar.

Los peces expulsados en El Revolcadero que no dejan de bailar; las primeras brazadas sin salvavidas; la velocidad bamboleante de las bananas; las almejas vivas retorciéndose en el jugo de limón en Caleta; el sabor de un involuntario trago de agua de mar; el burro bebiendo cerveza en La Roqueta.

Las picaditas de Puerto Marqués; el aceite de coco en botellas de salsa Búfalo; la recolección de conchitas y construcción de castillos de arena; las caminatas nocturnas por la Costera; las puestas de sol en Pie de la Cuesta; la brisa marina acariciando el rostro; el olor a playa, singular, como la tinta.

La majestuosa bahía vista desde los parachutes; las noches interminables en el Baby’O; la hamaca debajo de una palapa; las horas y horas tendido sobre la arena tomando sol; la última voluntad de algún ser querido: arrojar sus cenizas al mar de Acapulco… Es el puerto de todos y todos los recuerdos.

 

 

 

LA HISTORIA COMENZÓ EN 1499

Acapulco es un puerto prehispánico. Antes que llegaran los españoles al nuevo mundo, los mexicas ya chapaleaban en la bahía. El historiador Miguel León Portilla (1926-2019) presentó dos hipótesis del significado de Aca-pol-co, el nombre original del puerto en náhuatl. Uno es “Donde se destrozan las cañas” y el otro “Donde hay cañas grandes”.

A partir de los glifos del Códice Mendoza, folio 13, los vocablos son los mismos:

La caña se lee en náhuatl aca(tl); “destruir o destrozar”, como lo representan las manos —del glifo—, es pol(oa), y la partícula locativa es -co, explicó León Portilla y añadió que puso entre paréntesis las terminaciones -tl y -oa porque ambas se pierden al entrar en combinación los correspondientes vocablos.

A partir del glifo, señaló el historiador, “es posible dar dos traducciones de la palabra Acapulco: una literal, “Donde se destrozan las cañas”; otra, en la que la sílaba pol-, que se pronuncia también -pul, representada por las manos que destrozan la caña, se interpreta como inscripción fonética de la sílaba pol, que equivale a “grande”. Acapulco significaría, en consecuencia, “Donde hay cañas grandes”.

De acuerdo con el Códice Mendoza, folio 13, el descubrimiento de Aca-pol-co se remonta a 1499, cuando el ejército del huey tlatoani de México-Tenochtitlan Ahuítzotl, avanzó desde Xolochiuhyan —actualmente Juluchuca, municipio de Petatlán—, y al llegar, “contemplaron, victoriosos y asombrados, la tan bella como inmensa bahía de Acapulco”, refiere León Portilla, en su texto De México-Tenochtitlan a Acapulco en tiempos de Ahuítzotl.

 

FUE EL PRIMER PUERTO COMERCIAL

En agosto de 1521, Hernán Cortés consumó la conquista de México-Tenochtitlan. Y para 1532, el conquistador ya ocupaba Acapulco como astillero y puerto de partida para nuevas rutas navales hacia más conquistas, como fue Baja California y el nombre de Mar de Cortés en honor al navegante español.

Desde Acapulco, los navegantes de Cortés exploraron la búsqueda del mítico estrecho de Anián —que supuestamente unía el océano Atlántico con el Pacífico—, que desde los tiempos de Marco Polo mencionaban su existencia.

A principios de 1532 zarparon desde Acapulco los navíos San Marcos, al mando de Diego Hurtado de Mendoza y el San Miguel, a cargo de Juan de Mazuela, por órdenes de Cortés. Esos barcos llegaron desde Acapulco a lo que resultó ser California. En 1536, desde Acapulco partieron varias naves con rumbo a Paita en el Perú.

Veintinueve años después de la salida a Perú, en 1565, con el fraile agustino Andrés de Urdaneta al timón, llegó al puerto de Acapulco el Galeón Manila.

El llamado tornaviaje de Urdaneta empezó a finales de noviembre de 1564 desde el Puerto Navidad (actualmente Barra de Navidad, Jalisco). Urdaneta zarpó desde Filipinas en febrero de 1595 y llegó a Acapulco en noviembre siguiente, estableciendo así la primera ruta comercial entre tres continentes: Asia, Europa y América.

La ruta del Galeón de Manila o Galeón de Acapulco estuvo en servicio hasta 1815.

 

 

 

HUMBOLDT QUEDÓ MARAVILLADO

Acapulco fue el punto de llegada del geógrafo alemán Alexander von Humboldt, en el final de la Nueva España y el inicio de la Guerra de Independencia de 1810. A finales de marzo de 1803, procedente de Guayaquil, a bordo de la fragata Orué, llegó al puerto Humboldt.

La vorágine comercial del Galeón Manila y la gran cantidad de equipaje que Humboldt cargaba, hicieron pensar que se trataba de un comerciante más, que habían perdido la oportunidad de la Feria de Acapulco, una vendimia que se organizaba cada año con la llegada del Galeón Manila.

Sobre la primera caminata descalzo de Humboldt por las playas de Acapulco, el alemán escribió: “El puerto de Acapulco forma una inmensa concha cortada entre peñascos graníticos abierta al sur-suroeste, que tiene de este a oeste 6 mil metros de ancho. De otra parte, estas costas peñascosas son tan escarpadas que un navío de línea puede rozarlas sin ningún riesgo, porque casi en todas partes hay de diez a doce brazas -serían entre 18 y 21 metros). Pocos sitios he visto en ambos hemisferios que presenten como Acapulco un aspecto más salvaje, y aun diré más lúgubre y romanesco”.

Humboldt también se refirió en sus escritos a La Roqueta. “La islita de La Roqueta o del Grifo, está situada de manera que se puede entrar al puerto por dos canalizos; el primero se llama Boca Chica que no tiene más de 240 metros de ancho desde la punta de Pilar hasta la de El Grifo. El segundo o Boca Grande comprendido entre la isla de la Roqueta y la punta Bruja, tiene milla y media de abertura; el fondo de la ensenada es de 24 a 30 brazadas.

Acapulco —sigue el texto del viajero alemán—, se distingue por su grande ensenada llamada bahía en la que el mar del suroeste se deja sentir con violencia por la anchura de la Boca Grande. El puerto comprende la parte más occidental de la bahía, entre la Playa Grande —actualmente Larga— y la Ensenada de Santa Lucía —conocida ahora como el Club de Yates—; allí, muy cerca encuentran los buques un excelente fondeadero, de 6 a 10 brazas —serían entre 10.8 y 18 metros- de agua. Allí mismo dimos fondo con la fragata Orué a nuestra llegada, treinta y tres días después de nuestra salida de Guayaquil”.

En el contexto del daño que causó Otis el miércoles de la semana pasada, vale la pena, lo que Humboldt escribió sobre los vendavales en Acapulco: “Los vendavales son tempestuosos, duros, acompañados por espesas nubes que cerca de tierra se descargan con aguaceros que duran de 20 a 25 días. Vendavales que destruyen cosechas y arrancan de raíz árboles enormes. Yo he visto cerca de Acapulco una ceiba cuyo tronco tenía más de siete metros de circunferencia, arrancada de cuajo por el viento”.

 

 

 

 

CARRETERA DIRECTA DESDE LA CDMX

Más de un siglo después de que el Galeón Manila dejó de llegar a Acapulco, el 11 de noviembre de 1927, el presidente Plutarco Elías Calles puso fin a una obra que inició en 1920 el presidente Álvaro Obregón.

Desde el Castillo de Chapultepec, el presidente Calles accionó un dispositivo para vía remota poder hacer estallar en pedacitos una roca de toneladas, que era el último obstáculo para abrir la carretera México-Acapulco.

Desde entonces, el puerto de Acapulco se convirtió en el centro de moda del jet set; destino turístico por excelencia de mexicanos, primero, y con los años de visitantes extranjeros.

Hace prácticamente 96 años, Excélsior publicó en la página 3 de sus edición del 11 de noviembre de 1927, información sobre cómo el Presidente de México oprimió un botón que produjo la chispa eléctrica que hizo volar con dinamita, una roca en el kilómetro 402, a la altura de la población Xaltianguis para liberar el primer camino formal desde la capital del país hacia Acapulco, que también se conoce como la Perla del Pacífico.

Con ese hecho, Calles abrió el paso para que 12 automóviles pudieran llegar por primera vez al puerto de Acapulco, que hasta entonces no había sido explotado como destino turístico, aunque su belleza y su bahía de aguas tranquilas era conocida por los mexicas y también por piratas que se refugiaron en Acapulco.

La ruta México-Acapulco —que antes de Otis se podía recorrer en 4 horas— a principios de siglo XX se recorría en 5 o 6 días. Por ese motivo se abrieron hospedajes en Taxco y en Chilpancingo.

 

EXCANDIDATO PRESIDENCIAL HOTELERO

Los primeros hospedajes que se ofrecieron en Acapulco fueron en casas particulares. El excandidato presidencial Juan Andreu Almazán, que se hizo de 22 hectáreas, expropiadas por el presidente Pascual Ortiz Rubio, en 1931, fue quien en 1938 construyó el primer hotel, que originalmente se llamó Hornos (igual que la playa), luego Anáhuac y terminó por llamarse Papagayos, que desapareció en 1972 y donde operó un parque y luego la Gran Plaza. Este hotel fue el primero que tuvo una alberca olímpica, según el reportaje seriado del corresponsal de Excélsior en el puerto, Enrique Díaz Clavel, del 20 de abril de 1988.

En el terreno que ocupó el hotel de Juan Andreu Almazán y antes que fuera de su propiedad, ahí aterrizaron los primeros aviones comerciales en 1929; hasta que en 1945 el aeropuerto se trasladó a Pie de la Cuesta; en 1955 esas instalaciones se entregaron a las Fuerzas Armadas de México para una base militar; en tiempos del presidente Gustavo Díaz Ordaz el aeropuerto se llevó a donde está actualmente, entre el mar y la laguna de Tres Palos, lo que ha causado daños frente a meteoros como la tormenta Manuel en 2013 y la semana pasada el huracán Otis.

La construcción de hoteles como Acapulco, Jardín y Miramar dieron mayor esplendor al puerto, hasta convertirse en lo que hasta la semana pasada era Acapulco: una enorme mancha urbana dividida en tres secciones: tradicional, dorado y diamante.

La belleza del puerto alcanzó fama mundial y la demanda de cuartos de hotel fue mayor. Por eso, hoteles legendarios como La Marina, Los Flamingos, El Mirador Del Monte, Las Palmas, Casablanca, Club de Pesca fueron albergando a los turistas que llegaban en cualquier época del año.

A finales de la década de los 40, Acapulco no dejaba de crecer. En 1947 el presidente Miguel Alemán Valdés puso en marcha los trabajos para la construcción de la avenida costera del puerto, que originalmente se llamó Nicolás Bravo y que hoy lleva el nombre de Miguel Alemán.

 

VATICINIO DE 1949:  SERÁ EL PRIMER CENTRO TURÍSITICO

El 2 de marzo de 1949, en la primera plana de Excélsior se publicó la nota sobre la inauguración de varias obras para Acapulco, entre ellas la de la costera y el campo aéreo, que entonces tenía un movimiento de 30 aviones al día y llegaría a 60 movimientos diarios.

Acapulco será primer centro de turismo”, se lee en la información firmada por el enviado Armando Rivas Torres.

La información señalaba que con las obras inauguradas por el presidente Alemán Valdés, las cuales en conjunto sumaban 32 millones de pesos de inversión, Acapulco se convertiría en el centro turístico más importante de América en cinco años.

Era tal la fama que fue adquiriendo Acapulco, que prácticamente no había pareja de recién casados que no pasara su luna de miel en el puerto. Aparejado a este fenómeno social, el puerto del Pacífico se convirtió en el lugar de descanso de figuras internacionales de la época, como Johnny Weissmüller, quien fue el primer Tarzán de la historia.

Murió en Acapulco el 20 de enero de 1984 y está sepultado en el panteón Valle de la Luz, a las afueras de la ciudad.

Otros famosos de Hollywood que llegaron a las playas de Caletea, Caletilla, Hornos, la isla de La Roqueta y hasta el hotel Papagayo, que entonces era los únicos sitos explotados, fueron John Wayne, Elizabeth Taylor, Orson Welles, Tyrone Power, Errol Flyn. También pasearon por el lugar artistas mexicanos como Mario Moreno Cantinflas, María Félix, Pedro Armendáriz, y muchos más. Acapulco nunca dejó de crecer.

La primera figura del jet set que se vio en Acapulco lo hizo en 1920, fue Eduardo, entonces príncipe de Gales, que llegaría a ser rey de Inglaterra como Eduardo VIII.

Después que se popularizó tanto la bahía de Acapulco, donde los turistas acostumbraban tomarse fotos con un burro que bebía cerveza, y viajar hacia la isla de La Roqueta para ver en el fondo marino a la Virgen, se explotó una nueva zona, que fue llamada Acapulco Dorado o Condesa, por un enorme hotel que se construyó en la zona con ese nombre, que Otis dejó en ruinas. Los problemas sociales de la zona crecieron igual que el puerto.

 

DOS REALIDADES:  EL DEL LUJO Y EL DE LA MISERIA

A partir del 2 de febrero de 1967, Jorge Davo Lozano, reportero de Excélsior publicó desde Acapulco un reportaje en tres entregas, que se tituló Aventura y desventura de Acapulco. La columna vertebral del reportaje era las diferencias en el puerto.

Son dos Acapulcos: el de lujo y el de la miseria. Desde las alturas puede observarse la situación, en una línea perfectamente definida la angosta franja del progreso, la comodidad y las mejores condiciones de vida del lomerío, donde treinta mil familias viven en condiciones infrahumanas”, dice el texto de Davo Lozano.

Seis años después, otro periodista de esta casa, Marco Aurelio Carballo hizo un nuevo recorrido por Acapulco. El 15 de abril de 1973 se publicó la nota de Carballo. “Sin empleo, sin escuelas, sin diversiones, en medio de la promiscuidad y de la incuria, en los cerros, en las cañadas, decenas de miles de mexicanos tratan de sobrevivir en este centro turístico, uno de los más famosos y caros del orbe”.

Acapulco, la perla del Pacífico, como se proyectaba al puerto en los folletos turísticos, nunca ha dejado de tener esos contrastes que puntualmente fueron retratados y denunciados en estas páginas.

El 29 de agosto de 1987, en la recta final del gobierno del presidente Miguel de la Madrid, en Excélsior se publicó la información relacionada a la expropiación de 265 hectáreas en Puerto Marqués para el inicio del desarrollo turístico que inicialmente se llamó Punta Diamante. La nota informativa refiere que el secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, Manuel Camacho Solís y el gobernador de Guerrero, José Francisco Ruiz Massieu, dieron a conocer la expropiación.

Entonces Ruiz Massieu dijo que el Acapulco tradicional era rescatado; que la zona dorada estaba saturada y que la zona conocida como Diamante, que va de Las Brisas, pasa por Puerto Marqués y termina en el fraccionamiento Copacabana, es la apuesta como destino de playa.

En diciembre de 1996, esta casa editorial envió al reportero Alberto Navarrete, quien desde Acapulco escribió que Punta Diamante asoma ya su nueva cara, la del desarrollo inmobiliario y turístico de gran nivel, sin haber saldado cuentas pretéritas. El reportaje denunciaba que, a casi diez años de la expropiación de las 265 hectáreas, el gobierno de Guerrero no había pagado las indemnizaciones.

 

ACAPULCO EN EL RECUERDO DE LOS LIBROS

No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, se lee en el texto La novela detrás de la novela, de 2002.

No solamente García Márquez tiene historia con Acapulco. Carlos Fuentes, en La región más transparente, y Luis Spota, con su novela Casi el paraíso, también.

Otro escritor que ocupó a Acapulco como escenario fue Ricardo Garibay en su texto Acapulco, libro escrito en 1979 que está redactado como crónica periodística. En él, expone datos biográficos y hace una especie de guía turística, salpicada de una acida crítica social en la que Acapulco siempre se ha debatido: pobres y ricos.

José Agustín, guerrerense, escribió Dos horas de sol. Un libro ambientado en Acapulco. Se trata de la historia de Tranquilo, un editor yupi y su socio, que tratan de armar un reportaje, pero que no logran porque un huracán –desde luego no tan devastador como el que azotó Acapulco la madrugada del miércoles pasado –, les echó a perder los planes.

 

 

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Nathan Rivera
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